Acta est fabula

miércoles, 6 de julio de 2016




Recuerdo que este libro cayó en mis manos gracias a la Feria del Libro Antiguo que se celebrara en Torremolinos (Málaga) hace dos años. Sin embargo, se quedó cogiendo polvo en mi estantería durante unos cuatro o cinco meses hasta que, un día, lo cogí para hacer más ameno mi viaje en autobús a la universidad.

Tardé un total de tres días en leerlo, aunque al principio me costó seguirle el hilo al argumento, ya que las idas y venidas del presente al pasado me desconcertaban en un primer momento. Sin embargo, la forma de expresarse de Emily Brontë es clara y concisa y, aunque le gusta adornar sus escritos, sabe hacerlo de manera comprensible.

Cabe destacar que tenía bastantes ganas de leerlo, ya que había oído hablar muchas veces de «Cumbres borrascosas». Creo, que como a la mayoría de adolescentes que en su momento leyeron «Crepúsculo» de Stephenie Meyer, yo también tenía cierta curiosidad por conocer en profundidad el libro favorito de Bella Swan. Básicamente, quería conocer ese enfermizo, apasionado y único amor que la protagonista de la saga comparaba con el suyo y, por supuesto, descubrir al misterioso y enigmático Heathcliff.

Entrando en materia, la novela se desarrolla en los páramos sombríos de Yorkshire. Allí, se encuentran la casa que da nombre al libro y la “Granja de los Tordos”, siendo ambas propiedades de Heathcliff, aunque antaño habían pertenecido a la familia Earnshaw y Linton respectivamente. Lockwood, que es quien narra la historia, llega a la finca “Cumbres Borrascosas” para tratar con Heathcliff, ya que le ha alquilado la vieja Granja de los Linton. En ella, conoce a su casero, a Catalina, la nuera de Heathcliff, y Hareton Earnshaw, quienes lo reciben de manera fría y tosca. A partir de entonces, la curiosidad de Lockwood por conocer más sobre el señor de “Cumbres Borrascosas” y a las otras dos personas que viven bajo su techo, le lleva a entablar amistad con la señora Nelly Dean, la sirvienta de la casa que él ha alquilado, y la mujer le cuenta la historia de las dos familias que vivían en ambas casas, los Earnshaw y los Linton.

Sin querer desvelar parte de la trama que Brontë expone en el libro, he de subrayar lo que, seguramente, todos conoceréis de «Cumbres borrascosas»: el amor apasionado de Heathcliff y Catalina (Catherine), un amor que nace de la amistad de dos niños rebeldes. Pero, con el paso de los años, todo cambia, exceptuando ese loco amor que los dos se profesan. Sin embargo, ya no son dos niños que juegan a hacer travesuras, sino que son hombre y mujer y, además, viven en dos mundos distintos, los cuales se han construido uno por venganza y la otra por orgullo y capricho.

A pesar del cliché de la historia de amor trágica, cosa que clasifica este libro en el género de novela gótica, el tema principal de la susodicha no es el amor o, al menos, no lo es para mí. En primer lugar, considero que el tema o punto esencial es la venganza, esa que lleva a que Heathcliff pase de ser un pobre criado al señor de las dos fincas, siendo, además, una de ellas la perteneciente al señor Earnshaw (padre de Catalina) quien lo trajo a su casa y lo crío como si fuera su hijo.

En segundo lugar, el cambio de perfil entre hombre y mujeres. Las mujeres son fuertes, rebeldes, astutas, decididas y sabias, y, en contraposición, tenemos a los hombres que son débiles, enfermizos y de pocas luces (a excepción de Heathcliff). Este hecho puede ser el más resaltable de la novela, porque en 1847 (año de la publicación de la obra) no existía la igualdad de género, el hombre seguía siendo el “dominante” mientras que la mujer era un mero peón que sólo servía para las tareas del hogar y darle hijos a su marido. Emily Brontë rompe con esos estereotipos en una marcada crítica basada en las transformaciones sociales que se dan a partir de esa fecha. Debido a esto y a la pasión que transcurre entre sus páginas, la novela fue recibida con un gran escándalo por parte de los puritanos británicos victorianos mayoritariamente.

Para ir concluyendo, he de admitir que a mí el final no me dejó indiferente, sino todo lo contrario. La autora lo dejó todo cerrado al término de su novela, pero a pesar de ello, sentí como si todavía pudiera haber algo más, un hecho más que contar. Sin embargo y desgraciadamente, sólo se trata de un único libro y lo que en él hay, es lo único que podemos leer. Y, sencillamente, esta es una historia que todos debemos de conocer algún día, no por la pasión y el deseo que encierra, sino por conocer la valentía de una mujer que en mitad del siglo XIX decidió romper con las desigualdades de género con sus palabras.

Lo único que lamento de Emily Brontë es que no escribiera más novelas, porque, seguramente, serían joyas igual que lo es esta.


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